domingo, 20 de abril de 2008

¡Seríamos tan pobres!

Vista interior de la Mega Biblioteca José Vasconcelos. Fotografía tomada de arq.com.mx


¿PARA QUÉ sirve una biblioteca? ¿Para que sirve una librería? Al parecer, son muy diferentes. En la primera se supone que podemos investigar datos, consultar tomos y pedirlos prestados para llevar a casa. Y solemos entender que una librería existe para vendernos libros. Curiosamente, siempre he pensado que las librerías son también —aunque sea un poquito— como bibliotecas que, además, están en posibilidades de vender y renovar constantemente sus acervos.

Qué lejos estoy de la realidad… Creo que en el México actual ni las bibliotecas son bibliotecas de veras, ni son de veras nuestras librerías. La mayoría de las librerías hoy en día son outlets de las editoriales trasnacionales. A veces podemos ojear un libro —si no está retractilado en plástico, condición necesaria para que el libro no vendido pueda ser devuelto a su editorial en un estado aceptable— pero no siempre hay dónde sentarse a hacerlo. Y resulta imposible pensar siquiera que en nuestras librerías podremos encontrar obras que no sean novedades o best sellers. Para eso, se supone, están las bibliotecas.

Las bibliotecas… Como muchos soñadores de mi generación, me enamoré de la prosa de Borges a partir de su metáfora que equiparaba las bibliotecas con el mundo. Uno puede nacer, criarse y morir dentro de una biblioteca, y aun así haber vivido plenamente. Por lo menos en teoría… pero la idea detrás de la paradoja está clara: las bibliotecas —y, por extensión, los libros— nos abren puertas al universo entero que, sin ellos, nos estaría clausurado.

Puedo afirmar que me crié dentro de una biblioteca, pero no de libros ingleses en la casa de mi abuela —como Borges— sino en una biblioteca pública en la ciudad de Elizabeth, estado de Nueva Jersey, donde podía vagar libremente entre decenas de miles de volúmenes. Me embriagaba el solo olor, el olor a libro. Allí me inocularon, y terminé de hacerme adicto al ver a mi madre leer sus novelonas hasta las tres de la mañana. Aquella biblioteca es mi Biblioteca de Babel. Es mi idea de civilización. Para mí no habría vida en el planeta si no hubiese bibliotecas. ¡Seríamos tan pobres!

Por eso me invade una tristeza infinita al comprobar que aquí y ahora en México escasean las buenas librerías y las buenas bibliotecas, como aquella de mi infancia. Mucha alharaca se hizo cuando se construyó e inauguró la Biblioteca Vasconcelos, y mirensigue cerrada al público: pudo más la política y la ineptitud que las buenas intenciones. Hasta me pregunto si en verdad hubo buenas intenciones o si sólo querían vernos la cara a aquellos que aplaudimos la idea de construirla, pensando que una buena biblioteca en el Distrito Federal sería inspiración para poner al día los siete mil bibliotecas municipales, la mayoría de las cuales tiene un acervo en pésimas condiciones, totalmente rebasado.

Si no hubiera bibliotecas en México, seríamos muy pobres, pero como las que tenemos son en general paupérrimas, ¿eso, en dónde nos deja a nosotros?

miércoles, 9 de abril de 2008

De cómo me enamoré de una fuga en Do mayor

La primera página de la Fuga en Do, BMV 846, a cuatro voces, de Juan Sebastián Bach. Das Wohltemperierte Klavier, Teil I, Urtext, G. Henle Verlag

Los grandes momentos en la vida de cualquier ser humano pueden ser públicos o íntimos. A veces se trata de una boda o el nacimiento de un hijo, el triunfo en alguna justa deportiva o en una elección, o el momento en que vimos, por primera vez, a la persona de la cual nos enamoraríamos inexorablemente. Hoy, 9 de abril de 2008, tuve uno de esos momentos. Lo siento tan íntimo que el hecho en sí poco o nada importará a los demás seres humanos. Pero el fenómeno, el hecho de haber alcanzado un hito y de poder incluso rebasarlo, sí puede ser importante para cualquiera, para todos.

Hoy, por primera vez, tras semanas de aprendizaje, pude tocar de memoria, de principio a fin, sin interrupciones y sin errores, la primera fuga del Clave bien temperado, libro I, de Juan Sebastián Bach. Sé que aún falta mucho para que yo pueda tocar la pieza como Dios y el Maestro mandan, pero aquí ha sucedido algo extraordinario.

La pieza es, en sí, un portento de la literatura musical de Occidente. No es extensa. Tiene apenas 27 compases. No dura mucho más allá de tres minutos cuando se toca a ritmo andante, ni rápido ni lento. En la versión de Friedrich Gulda que tengo, su duración es de tres minutos con 10 segundos, nada en comparación con las grandes sonatas de Haydn, Mozart, Beethoven o Schubert. Pero esta pieza, por algo, se enseña en todas las clases de teoría musical en todos los conservatorios del mundo.

En primer lugar, lo que es obvio: se trata de una fuga. Es probablemente la más majestuosa jamás compuesta. Después de la muerte de Bach, la fuga —como forma— cayó en desuso y aún más: en descrédito. Los nuevos compositores tendían a considerarla una forma anticuada, arcaizante. Fue Beethoven quien la volvió a traer al centro del foro con su Grosse Fuge en Si bemol, opus 133, compuesta en 1825-26. Podemos agradecer el redescubrimiento de Bach como compositor, sin embargo, a Félix Mendelssohn, quien hizo lo imposible para desenterrar y reestrenar la Pasión según San Mateo tres años después, el 11 de marzo de 1829. Sólo después de ese concierto con la Singakademie, bajo la batuta de Mendelssohn, empezó a figurar Bach como el patriarca que en realidad es.

Este monstruo escribió dos libros de preludios y fugas, fechados con 22 años de diferencia entre el primero y el segundo (1722 y 1744, respectivamente), y hoy en día consideramos ambos como el Clave bien temperado I y II. Cada libro posee 24 preludios y 24 fugas, escritos en todas las tonalidades desde Do a si menor. Por si esto no fuera suficiente para establecerlo como el gran maestro de esta forma, Bach también escribió el Arte de la fuga, que empezó en 1742 pero que aún no había concluido cuando murió en 1750.

Las fugas del Clave bien temperado no son fáciles. Cuenta la leyenda que cuando sus alumnos se desesperaban con tanto ejercicio técnico, Bach les ponía piezas deliciosas, como las Kleine Präludien und Fughetten o las Inventionen a dos voces y las Sinfonien a tres. Aunque estas piezas tampoco pueden considerarse como fáciles, no poseen la gran complejidad de las fugas de Das Wohltemperierte Klavier. Y el compositor las empleó a fin de preparar a sus hijos y demás pupilos para los rigores del Clave y para toda la gama de dificultades técnicas que pudieran encontrar. Hasta la fecha se dice que si se puede tocar a Bach (entiéndase el Clave bien temperado), se puede tocar lo que sea.

Una de las cosas que más me impresiona de Juan Sebastián Bach es el hecho de que nunca dejó de ser maestro, aun cuando creaba lo que nosotros consideramos ahora como las grandes catedrales de la música de todos los tiempos, como sus misas, el Clave…, sus dos ciclos de cantatas, y las otras obras maestras que ya he mencionado. Siempre se vio como maestro y nunca perdió de vista su papel como pedagogo. En otras palabras, el compositor más grande de todos los tiempos siempre tuvo la humildad de enseñar a quienes sabían menos que él.

Volvamos a esta primera fuga del Clave bien temperado. El musicólogo Joseph Kerman, profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, escribió lo siguiente en su libro The Art of Fugue [University of California Press, 2005, 174 pp.]. Lo pondré en inglés y enseguida hallarán la traducción al castellano:

In spite of the technical prowess that one might suppose this fugue was meant to demonstrate, as the flagship fugue of The Well-Tempered Clavier, more than one commentator has exclaimed over its natural, spontaneous quality and quiet eloquence. Certainly the piece wears its learning lightly. What it really demonstrates is that learning and eloquence are not mutually exclusive: a fundamental lesson. Bach, “the deepest savant of contrapuntal arts (and even artifice), knew how to subordinate art to beauty,” a leading literary journal declared in 1788. (The anonymous writer was almost certainly Carl Philipp Emanuel Bach.) p. 4.

A pesar de la pericia técnica que esta fuga supuestamente debía demostrar, como la más representativa del Clave bien temperado, más de un comentarista se ha maravillado con su cualidad natural y espontánea, amén de su discreta elocuencia. Sin duda, la sabiduría de esta pieza no hace aspavientos. Lo que demuestra en realidad es el hecho de que la sabiduría y la elocuencia no son mutuamente exclusivos: una lección fundamental. Bach, “el maestro más sabio de las artes contrapuntísticas (y aun de sus artificios), sabía cómo subordinar el arte a la belleza”, se declaró en una revista literaria de prestigio, en 1788. (El escritor anónimo fue, casi puedo asegurarlo, Carl Philipp Emanuel Bach). p. 4.

Yo no soy pianista profesional ni muchísimo menos. A pesar de que tomé clases cuando era niño, lo dejé a los 10 años sin haber avanzado gran cosa. Me convertí, como muchos, en melómano. Hace casi cinco años volví a estudiar, ahora seriamente, con el maestro Julio Gutiérrez, quien me volvió a familiarizar con la teoría y la práctica de la música en general, y el piano en particular. A él le debo muchísimo.

Hace un par de años, en un viaje relámpago a Nueva York, compré los preludios y fugas de Bach en la librería de la Julliard School en Lincoln Center, pero sentía que aún me faltaba mucho para poder hacerles justicia. Pero hace un par de meses, más o menos, me hice a la idea de aprenderme todo el ciclo de do en el primer libro: cuatro piezas, dos preludios y dos fugas, en tono mayor y menor. De estas cuatro piezas, la más difícil, con mucho, es la fuga en Do (mayor). Por eso la ataqué primero. La seduje. La conquisté y la hice mía. End of story, como habría dicho Tony Soprano.

Y soy enormemente feliz. Quería compartirlo con alguien.


miércoles, 2 de abril de 2008

De libros y películas

Rodrigo Plá, director de La Zona, su segundo largometraje
Fotografía
©Philippe Baledent



Esta película, la cual vale mucho la pena, tuvo la suerte de ser distribuida comercialmente. Si no hubiera sucedido así, sólo unas cuantas personas la habrían visto.



Para los escritores mexicanos no consagrados, es cada vez más difícil publicar un libro, aunque sea bueno. Casi todas las editoriales económicamente fuertes están en manos de empresas trasnacionales que tienen intereses muy estrechos, no siempre vinculados con valores literarios. Más bien utilizan el valor literario como moneda de cambio, como atractivo. No importa mucho, a fin de cuentas, si este supuesto valor literario es un engaño, como ocurre cuando un “gran escritor” entrega un libro mediocre. Las independientes, que sí buscan publicar obras de valor aunque sus autores no sean, en sí, mercancía, se las ven negras para sobrevivir porque hay muy pocos puntos de venta —entiéndase librerías—, y los que hay están dominados por las editoriales fuertes. Con tantas dificultades para vender, resulta en extremo complicado seguir publicando.

Pero esto no sólo sucede en México y no únicamente en la industria editorial. Es la misma historia para los cineastas neófitos. para éstos, el equivalente de escribir un libro sería rodar una película, aunque sea con un presupuesto raquítico. ¿Pero qué hacen con esa película una vez filmada? ¿Cómo lograr que una distribuidora se interese en ella? Los novatos ponen su esperanza en los festivales de cine, como Sundance, y 50 más. En 2004, por ejemplo (el año para el cual hallé estadísticas) se recibieron 2 mil 613 películas, pero sólo fueron seleccionadas 120 para ser exhibidas durante el festival: el cinco por ciento.

De estos 120 filmes, uno podría esperar que 10 reciban ofertas de distribución. Estamos hablando del ocho por ciento del cinco por ciento. En otras palabras, las probabilidades de exhibir comercialmente una película en Estados Unidos —siendo director no consagrado— es de aproximadamente 0.4 por ciento (cuatro décimas de un solo punto porcentual).

Y si uno piensa que sería más fácil entrar en el mundo del cine con un buen guion, las probabilidades son igualmente desoladoras porque hace falta contar con un agente —cosa nada fácil—, y aunque se tenga, casi nadie busca guiones de autores no consagrados. Y los estudios distribuyen bien pocas películas basadas en guiones originales: ahora prefieren remakes, o películas basadas en tiras cómicas o video juegos.

Es un problema de estructura comercial. Pero en el caso del cine, por lo menos, se trata de un producto que fue pensado comercialmente desde el inicio. No es así con la literatura, cuya génesis —casi siempre— se halla en las obsesiones estéticas, éticas, morales, políticas, eróticas de los escritores, divorciadas del aspecto comercial. Pero a la literatura se le impone cada vez más el paradigma comercial del cine: temporadas cortas en unas cuantas librerías. ¿Qué significa esto para la literatura a largo plazo? ¿Qué ha significado esto para el cine?